sábado, 5 de mayo de 2007

Etapa 8 - Lugo - Melide

Una vez pasó Lugo, se acabaron las florituras que pudiese haber hasta ahora en el camino primitivo; el perfil se volvía casi llano por completo y el paisaje se caracterizaba por los pueblos recién abonados, vacas y ningún servicio. De hecho desde el kilómetro 96 hasta el 66 no hay ni una sola fuente, acostumbrado a la cantidad de ellas que hay en el camino francés, creí estar enloqueciendo cuando, sobre el kilómetro 75, encontré un grifo de cerveza en un árbol, al lado de una casa. Me sorprendió que no fuese un bar y una señora salió de la casa para decirme que era para dar cerveza fría a los peregrinos en el verano y que ahora no funcionaba. Sin embargo me guió a la tienda clandestina de Remedios, unos cien metros después, oculta tras una barandilla de aluminio, me vendió pan y fruta para comer algo, pues en todo este trozo de etapa no hay tampoco ningún bar ni tienda.


Es increíble que estando tan cerca del camino francés no haya más servicios, y que en 53 kilómetros de etapa sin albergues no se pueda comprar ni comer nada en este lado hostil de Lugo. El camino primitivo no está nada explotado, y prueba de ello es la falta de detalles importantes para los peregrinos, como el mojón del kilómetro 100, que no existe, o una indicación de separación entre el paso de Lugo a La Coruña. La única forma de saberlo era un monte haciendo de separación natural entre las provincias.


Así, llegué a Melide, muy cansado, tras haber recorrido 53 kilómetros, y aproveché el evento motero que había en la plaza para tomar una cerveza bien fría. La idea era habérmela tomado con Julián, el cuál había ido en autobús desde Lugo a Palas de Rei para hacer sólo los 12 kilómetros que le separaban de Melide y así no cargar más su dolorida rodilla. El problema fue que su rodilla no aguantó ni eso y se tuvo que volver para León.


Así que fui yo solo a Casa Ezequiel a por el pulpo de rigor, y me encontré un lugar remodelado, con las mismas ollas de cobre, pero vacío, no había prácticamente nadie y el mismo camarero que me atendió fue el mismo que cortó y preparó el pulpo, cortó el pan y me lo sirvió. Me sorprendió mucho no ver por allí a la señora del año anterior, pero ni con esas la calidad había bajado. El pulpo estaba delicioso como siempre y el vino muy rico. Me zampé una ración para dos personas yo solito, que me la tenía ganada y me fui derechito a la cama a coger fuerzas, que falta me iban a hacer, para el maratón de kilómetros para llegar a Santiago.